lunes, julio 28

Autorrealización

“…la educación cívica sólo se logra cuando los jóvenes se insertan en un ethos en un ambiente fértil, moralmente denso, humanamente acogedor, que abra caminos para la autorrealización y suscite el entusiasmo en ellos. Es la síntesis de bienes, virtudes y normas para configurar un estilo de vida, una cultura, un modo panorámico de percibir el entorno social y el mundo físico”. [Alejandro LLano: Adolescentes, del ideal social a la apatía cívica (I)]*.

Pero ¿qué pasa cuando ese modo panorámico de percibir la realidad no procede de un estilo de vida configurado –en principio- por virtudes? Pasa que la autorrealización deja de ser un concepto ligado al perfeccionamiento de la persona, de su propia naturaleza humana, para acercarse a las filas de lo banal y en el peor de los casos de la nada. Así vemos no sólo jóvenes sino también adultos que comparten “valores vacíos”, haciendo de la autorrealización algo igualmente hueco.

Muchas veces me he encontrado con jóvenes que no tienen un plan de vida, también con adultos que de jóvenes no lo tuvieron y siguen sin él. De cualquier manera, creo que se trata de personas desorientadas, sin norte, cuyo día a día a veces suele ser frenético o extremadamente pasivo. Van de un extremo a otro, sin saber hacia dónde caminan o de qué les sirve al final de la carrera haber corrido tanto o por otra parte, de qué les ha valido reposar en la nada. Desde ambos casos, percibo una forma de concebir la autorrealización y otra de ni siquiera considerarla.

En el primero, la idea de autorrealización se comprende como un aprovechamiento del tiempo casi obsesivo, de hacer más en menos, una especie de economía del tiempo que no pocas veces termina en rutinas sin sentido, agobios, cansancio físico y mental, depresiones. Es el extremo por exceso. Y no es que aprovechar el tiempo sea un problema, sino que no todo aquello que ocupa a la persona es realmente provechoso para su autorrealización. Además, este caso termina por engendrar ideas de superación personal relacionadas exclusivamente con poder, dinero, abundancia de lo material, entre otras que reducen el autorrealizarse al mero cumplimiento de metas como obtener un título, sacar una nota, conseguir tal puesto en la empresa, alcanzar tal “estatus” social, ser una o un “símbolo sexual” o en el peor de los casos, a la tenencia de algún bien como el carro último modelo, la ropa de marca e incluso el silicone adornando y/o acomodando alguna parte del cuerpo. Y el punto aquí no es que “algunas” de estas metas tengan algo de malo en sí mismas, sino que terminan haciéndose el fin.

En el segundo caso, la autorrealización más bien es una palabra empolvada, inexistente, que ni siquiera se cruza por la mente de algunas personas. Pasan los días sin hacer nada más que lo básico y aunque asisten a clases, van al trabajo y ciertas actividades ocupan su tiempo, en realidad no persiguen una meta particular, sólo llenan las horas. En parte, noto en ellos como una falta de ánimo por la vida, de ganas de vivirla. Es el otro extremo, el defecto.

Y entonces… ¿que nos coma el tigre? Por supuesto que no. Se trata de conseguir un balance en el que no sólo persigamos metas por perseguirlas, sino que estas realmente nos lleven a actuar de cara a auténticos valores (amor, bien, verdad, amistad, alegría, solidaridad, orden, estudio, trabajo,…) que sí perfeccionan nuestra naturaleza, haciéndola virtuosa. En el fondo, no digo nada nuevo, sólo lo recuerdo.
*Para una segunda parte de este texto ir a: "Adolescentes, del ideal social a la apatía cívica (II)".

jueves, julio 24

Nada más que...

5 AM. Leo a José Ramón Ayllón (En torno al hombre) y, mientras me acerca al problema de la especialización, me habla de cientificismo, antropologismo, biologismo, psicologismo,… en fin, no sólo de ese sufijo (“ismo”) que es necesario añadir a palabras como las anteriores para denotar la presencia de lo que él suele llamar una “deformación profesional típica” que se da en los especialistas, sino más bien de esa maña que estos sufren al “considerar que aquello que no se puede obtener con su método científico no es real”. Igualmente, Jacinto Choza advierte que “cada especialista, después de mucho tiempo de trabajo con un determinado método de investigación, tiende a pensar que la esencia del fenómeno estudiado es la que puede establecerse desde su posición metodológica”.

Por mi parte, al momento de leer y comprender estas ideas, no puedo evitar asociarlas con mi carrera: el periodismo, porque en primer lugar y aunque parezca tonto, noto la presencia del citado sufijo, sin embargo, en este caso la palabra lo contiene por naturaleza y no para indicar el mencionado “error” en el cual caen algunos especialistas. Luego, pienso en otros detalles y me planteo estas preguntas: ¿es posible que un periodista caiga en este tipo de errores?, ¿cómo llamar al periodismo si rayara en el vicio de la expresión “nada más que”, pretendiendo saberlo todo?. Y empiezo a contestarme…

Ante todo, es obvio que Ayllón plantea el tema en torno a las ciencias más que a las profesiones en sí, pero a mi modo de ver, claro que esto no quiere decir que un ingeniero no pueda pensar que todo es cuestión de ingeniería o que un artista crea que la vida se trata sólo de arte, cegándose cada uno con su especialidad ante los diversos elementos y realidades que comprenden la compleja realidad misma. Es decir, ni ellos ni los periodistas estamos exentos de caer en el reduccionismo. Pero aún así, me cuesta manejar la idea de un periodista que se cierra ante la complejidad de un mundo cada vez más complejo, que no sólo se complica cada día más, sino que se descubre a sí mismo o nosotros lo hacemos, pasmándonos ante lo descubierto.

Particularmente, creo que el periodismo es una profesión de dilemas, entre estos está el de si un periodista debe “saber de todo” o concentrarse sólo en una parcela de la realidad, es decir “especializarse”. En esta onda recuerdo muy bien que en una clase de producción y dirección de medios de comunicación, la profesora me hizo ver con bastante claridad que los periodistas no pueden considerarse unos “sabelotodo”, porque es obvia la imposibilidad de tal supuesto, pero no es extraño encontrarnos con una gran cantidad de personas que piensan lo contrario y además, añaden los factores tiempo y espacio, pues no sólo se cree que lo sabemos todo, sino que también en todo momento y en todo lugar.

Pienso que, evidentemente, esto forma parte de un ideal -entre tantos- que se ha formado del periodista, pues no podemos saberlo todo y mucho menos creer que “nada más” aquello conocido desde el periodismo es valedero y lo explica todo. Pero existe un diferencia entre “saberlo todo” y “saber de todo”, pues pienso que en el primer caso se trata de un intento de absolutización del saber y en el otro del conocimiento amplio y variado que una persona pueda poseer sobre todo. Sin embargo, tampoco es posible saber de todo, pero hasta cierto punto creo que es más viable y más realista que lo otro, pues el segundo caso se refiere más a saber de todo un poco, lo cual considero necesario en un periodista, aunque se especialice en una fuente o aspecto informativo, por lo que explicaba antes: una comprensión más o menos holística del mundo es precisa para conocerlo y más aún para darlo a conocer, incluso si sólo se quiere informar sobre un aspecto en concreto.

Para Carlos Soria, “el periodista es por definición el buscador y difusor de las verdades, el que investiga, conoce y transmite a los demás la realidad -una parte de la realidad- del mundo”. Pero con “una parte de la realidad del mundo”, él no se refiere a que es necesario especializarse, sino a que “no es posible conocer todo lo que sucede a nuestro alrededor…”. No obstante, algunas personas creen que es de mediocres quedarse en lo de todo un poco, pues lo entienden como abarcar mucho y apretar poco. En cierta forma puede parecer que esto es así, sin embargo también podemos pensar que el “abarcar mucho” se refiere a saber sólo de una cuestión en particular y quien se especializa, posiblemente sí conoce más sobre el objeto de su especialidad, pero qué de lo demás.

En todo caso, no se puede valorar la calidad del saber según la cantidad de conocimiento o creer que porque alguien se concentra en una parte del todo sabe más de este que quien no lo hace, ni viceversa. Particularmente, pienso que en el fondo, la cuestión de si se es especialista o no, radica en qué tan profundo se es en eso que se intenta comprender y en cierta forma dominar mejor, pero sobre todo en evitar el reduccionismo.