No me gusta quejarme, pero
ante las injusticias sociales es una irresponsabilidad quedarse callado y sobre todo un lujo que no debemos darnos. Lujo que de paso, no necesitamos. En este sentido, corríjome… necesito reclamar lo que es justo, que no es lo mismo que decir ¡necesito quejarme!
No se ustedes, pero yo estoy harta de que
el sistema educativo consista en una interminable elaboración de trabajos, ensayos, investigaciones, lea aquí, cómase este cuento allá, vaya a Internet, haga, busqué y si de verdad es de los que se preocupan por aprender más allá de lo que –pobremente- se ofrece, acostúmbrese a enfermarse, a no dormir, a estudiar por sí solo, a decir que tiene un profesor en el aula, como para no faltar el respeto y decir otra cosa.Por supuesto,
no es una generalidad, pero es lo que ocurre en un 90% de los casos (así lo estimo). Las universidades, los colegios y escuelas, las instituciones técnicas, públicas y privadas, hoy en día no son más que
empresas, industrias de títulos. Las horas de clase son como por cumplir un horario, el trabajo del profesor se reduce y el del alumno se triplifica. ¡Qué chevere!. Y si vamos a la raíz de esto, van bien, porque eso
es lo que hoy se quiere, un título, una certificación y una apariencia que permita decir con cierto grado de legalidad “soy un profesional”.
Los profesores del colegio, por lo general se convierten en unas
máquinas de decir “haga” y no enseñan, ni siquiera a hacer… Luego llega la persona a la universidad o institución técnica, y sucede que no saben hacer nada, cuando mucho han adquirido destrezas para investigar, analizar y otras cuestiones como puntualidad, responsabilidad, etc.
El profesor universitario se queja de que los alumnos no saben escribir, leer, analizar… y estos por lo regular no tienen la culpa. Entonces, “el profe” ve que la gente no está lista para lo que se supone debe afrontar en el estudio de una carrera profesional y, en vez de fajarse en ayudar a que esto mejore y tratar de reparar el daño causado, o llenar el vacío que se ha dejado, muchas veces se conforma con seguir los mismos métodos mediocres. No me importa si suena fuerte.
Estamos mal acostumbrados a que nos digan las cosas con flores y dulces notas musicales. La gente ya no tiene carácter y no soporta que le hablen con el mismo. Existe un punto en el cual los
respetos humanos tienen que mandarse al carrizo: cuando está en juego algo cuyo valor trasciende el querer subjetivo y egoísta que frecuentemente conduce nuestras acciones. Esto no quiere decir se deba hacer uso de un lenguaje ofensivo todo el tiempo. Además,
una cosa es la ofensiva y otra la contundencia. Hay que saber jugar con la transigencia y la intransigencia para así dejar y no dejar justamente.
Podría callarme todas estas cosas porque alguien vendría a decir que soy una exagerada (como ya ha pasado), pero el daño se haría si me guardara para mí esto que digo. Volviendo a los profesores… Muchas veces prefieren esconderse bajo
el disfraz de “facilitadores”, porque sí, ciertamente no tienen un título de educadores, pero aún así se supone que deben asumir de la manera más coherente y responsable la actividad de educar. ¿O es que acaso son sólo adiestradores? Existe una gran diferencia entre educar, enseñar y adiestrar.
Particularmente, pienso que
las universidades deben tomarse con mayor seriedad la educación y el servicio que prestan a la humanidad, porque decir a la “sociedad” es volver al mismo reduccionismo de responsabilidades que han impulsado reacciones como estas a lo largo de la historia, lamentablemente, no tan seguido en Venezuela. Me refiero a que el concepto de sociedad como grupo de personas que convienen lo que les parece, ha sido el perfecto sustituto del sentido humano de la vida social.
Nos encanta todo light. (¿Me supe explicar?).
Con lo poco que se de ellos, me atrevo a decir:
¡cómo quisiera que Andrés Bello y Mariano Picon Salas vivieran en esta Venezuela del siglo XXI!. ¡Qué cosas dirían! - La educación en la Universidad se está apartando tanto de su esencia, que el sentido académico está casi perdido.
Es lamentable saber que hasta esta institución, patrimonio de la humanidad entera ha caído en las redes de la corrupción. Cada vez nos alejamos más de ese modelo que le da sentido a la vida universitaria. El constante estrés de hacer y hacer, sin saber qué hacemos,
no deja espacio para la discusión en el aula guiada por los profesores -que por alguna razón han dejado de llamarse maestros (piense usted...)-
y el florecimiento del espíritu crítico que los universitarios están llamados a desarrollar. Nos estamos empobreciendo,
por eso es que callar esta verdad es un lujo que –para ir contracorriente- no podemos darnos.
Me cuesta aceptar que a casi nadie le molesta que
no nos están enseñado a pensar. Nos estamos convirtiendo en unos títeres manejados por quienes menos conocen esta práctica. Y para terminar de ser políticamente incorrectos, vamos a entender de una vez por todas que la peor enfermedad de estos tiempos es el
"autismo social" (Alejandro Llano) en el que vive o mejor dicho muere nuestra sociedad. Y no olvidemos el par de cerezas que
adornan la torta: globalización y sociedad de la información.