Un español llamado Tirso de Andrés, con peculiar tono narrativo comenta en una de sus publicaciones, la única que hasta el momento le conozco, algo que si bien no es nada nuevo nos puede hacer reflexionar siempre que suframos de ese “insomnio ontológico” al que hace referencia en el texto Homo cybersapiens. Insomnio que se refiere a la constante necesidad humana de conocer más, de saber mejor, aún en los casos de mayor mediocridad intelectual.
Dice: “los medios de comunicación difunden ideas por doquier (…) ya no podemos dejar la selección de nuestros inventos culturales en manos del tiempo y de ciertos procedimientos de ensayo-error. Ahora los ensayos pueden conducirnos a errores sin vuelta atrás”.
Ahora pienso:
La rapidez con que una idea puede alcanzar unas cuantas mentes y, por lo general no son pocas, sino muchas más de lo que imaginemos, es tanta que cuesta creer que los procesos de cambio aún estén limitados por el tiempo. Claro está que en este mundo con características perecederas, en lo que nada es eterno, el tiempo siempre es un límite o al menos una condición que limita en cuanto a momentos. Siempre estamos limitados. A lo que me refiero es si ¿aún cabe afirmar, si es posible, que los cambios sociales son productos de determinados sucesos y que cobran vida sólo al pasar unos años, décadas o siglos?.
Hace poco un profesor de filosofía de la naturaleza me comentó sin la menor de las dudas, que las ideas cultivadas hace cientos de años apenas caminan entre nosotros desde hace algún corto tiempo. Inevitablemente, recordé aquella frase que una amiga suele decir a propósito de una vez que la escuchó de un sociólogo y que fue un detonante reflexivo para ambas… “todavía es muy pronto para decir las consecuencias”.
Decir “muy pronto” en un mundo que vive en, con y de la prisa es nada más y nada menos que una paradoja bastante complicada. Parece un tanto conformista, falto de sentido e incluso una manera bastante práctica de evadir responsabilidades. “Aún es muy pronto” es una excusa con apariencia de buena razón, que se presta para la pasividad de quien sabe debe salir en búsqueda de respuestas. Además, ¿dónde queda lo oportuno, aquello que no debe esperar?.
En materia social, pretender llegar a una conclusión final y absoluta en un corto o largo período de tiempo, es casi tan absurdo como creer que las respuestas inmediatas o más recientes no sirven para dirigir o descifrar el rumbo de una situación, sin importar cual sea su ámbito. El descubrimiento del entorno nunca dejará de ser progresivo, jamás será inmediato, nada más porque nuestro entendimiento no conoce inmediatamente las cosas, sino a través de procesos mentales de abstracción y lógica. De lo contrario seríamos Dios, el único ser que siempre conoce, porque siempre está y siempre es todas las cosas.
Volviendo a la idea del profesor, la frase de mi amiga parece encontrar un rotundo sentido. Y volviendo al primer párrafo, se puede ver mejor, con la celeridad en la que se mueve el mundo de hoy que, mientras más pronto se explique o se opine sobre algo, es mejor. Parece que la dinámica de la sociedad exige un mayor esfuerzo por parte de quienes tienen ésta y al hombre como objeto de estudio.
Se trata de un esfuerzo que en primer momento puede traducirse sólo en aprovechamiento del tiempo, en inmediatez, en la prontitud con que se aborde lo que ocurre en un preciso momento histórico. No obstante, este esfuerzo se ve desplazado por la profundidad con que se vean los acontecimientos, con que se forjen las ideas.
El esfuerzo no está en seguirle el paso a la ecléctica esfera ideológica y social en la que nos movemos. ¿A dónde llegaríamos si antes de empezar o medio descifrar un momento, se viven tres más en paralelo? Es decir, no podemos paralizar las conclusiones porque la oferta de ideas, causas o fenómenos sea apabullante. Habría que dejar todo a medias y en vez de pronto, sería tarde para precisar las consecuencias.