Entre el ser y el parecer
Nuestro continente parece estar sumido en el sensacionalismo de los 30 (si mal no recuerdo), cuando toda noticia era objeto de escándalo, producto de hechos exprimidos al máximo por un tratamiento informativo que desembocaba en mero entretenimiento. No digo que ahora sea exactamente igual, por supuesto que hemos mejorado, sin embargo ¿quién se atreve a negar que no se respira una especie de ansia noticiosa?... Es como una adicción, la adrenalina a tope, ese preguntarse a uno mismo: y ahora qué, esperando más.
El deseo de saberlo todo es tanto, que los medios de comunicación parecen quedarse cortos, no rinden. Hoy el ciudadano se involucra hasta tal punto en la noticia que no sólo es parte de ella, sino que la genera, transmite y analiza. Me atrevo a decir que ha sido por necesidad, pero sobre todo por gusto, después de todo informar es un gran poder que se tenía reservado para unos cuantos.
Además, sucede que hay demasiado por contar en cualquier lugar. La noticia está en todas partes, porque la ciudadanía está allí, justamente. Siento que cada vez menos, se trata de unas particulares declaraciones de pesos pesados políticos, de gremios o empresas privadas. Somos tú, yo y cualquiera que desee expresar lo que ocurre a su alrededor, gústele a quien le guste.
La sociedad lo exigía y la tecnología se lo dio. La venganza es dulce y la naturaleza no falla en su proceder: causa-consecuencia. Ahora lo multimedia ofrece la posibilidad de comunicar con plena libertad, entre gustos y colores en la red sí caben todos, hasta quienes por razones retrógradas dicen no querer caber, por ejemplo: aquellos que no aceptan el “periodismo ciudadano” y ni se molestan en reconocerlo como el más destacado fenómeno social y comunicacional de los últimos tiempos.
Naturalmente, no es sólo Latinoamérica, sino el mundo. Queremos vernos reflejados en los medios de comunicación, y no cabe duda de que la virtualidad propiciada por Internet, es la herramienta perfecta para esto. Esta vez es a nuestro modo, porque ahora más que nunca el ciudadano puede tener el control, está escalando posiciones y recobrando un bien merecido protagonismo que le estaba siendo arrebatado por completo.
Los dirigentes de las naciones están concientes de esto, quien no la “debe” no la “teme” y en Latinoamérica, la mayoría de los gobernantes se ahogan en deudas, especialmente sociales. Quizá por esto no debería sorprender la actitud autocrática y caprichosa de muchos presidentes latinos; unos quieren controlarlo todo y otros –la mayoría-, aquello que resulta más “peligroso”: la expresión ciudadana, la opinión pública.
Algunos ejemplos: en Venezuela sobran, lo más reciente: RCTV; México: Corte Suprema anula de los principales artículos de la Ley de Radio y Televisión que permitía a los actuales concesionarios obtener su refrendo con ventajas; y en Honduras, el presidente Zelaya obliga a medios de comunicación a transmitir sus “cadenas”.
Definitivamente, hay una crisis: la descarada incoherencia entre las actas constitucionales y el ejercicio gubernamental, del dicho al hecho, de la teoría a la práctica… nada más distante. Países “democráticos” y “libres”, cuyas constituciones proclaman un derecho que los gobiernos de hoy no perdonan: la expresión popular.