Mientras la bulla aún no aparece en casa, trato de aprovechar desde las 7 las primeras horas del día para leer un poco. Movida por un post en Diario Metafísico que leí hace un par de semanas y por la necesidad de leer el libro, tomo “Jesús de Nazaret” de Joseph Ratzinger que había detenido desde hace al menos un mes y medio, y continuo el capítulo 5 (La oración del Señor) que dejé pendiente la semana pasada, tras una rápida ojeada.
Me llaman la atención un par de notas del Papa sobre la frase del Padrenuestro: “el pan nuestro de cada día”. Estas tratan de explicar el sentido de la misma y como siempre que se trata de Jesucristo y su compleja naturaleza, es posible notar que existe un doble significado conformado por dos apreciaciones complementarias, no opuestas e incluso interdependientes.
Por un lado se observa la visión terrenal de la frase, que se atiene a las necesidades humanas en el ámbito físico, en este caso con respecto al alimento; y por otro se eleva la idea hacia lo divino y se concreta que el pan de cada día es el alimento del alma, la palabra de Dios. Y si se entiende que Jesús es Dios y hombre, podemos decir que Dios mismo es el alimento que sacia las necesidades corporales y espirituales del hombre, pues Él que vino al mundo, dio de comer a los pobres y necesitados, no solo con alimento de la tierra, sino con sus palabras divinas.
Sin embargo, si bien es la idea del pan nuestro de cada día lo que viene primero a mi mente, no es esta la que me mantiene atenta, sino que en el fondo, mientras continuaba leyendo, pensaba en lo complicado que puede resultar explicar todo eso que el Papa dice, aún cuando considero que él suele ser bastante explícito. Precisamente, porque entender tales cuestiones superan los límites de la claridad expositiva y suponen un acto reflexivo, incluso también uno de fe.
Sabemos que Cristo no ha sido reconocido por todos como Dios y hombre verdadero. Pero creo que las cosas no se pueden quedar así, sino que siendo creyentes o no de la naturaleza divina de Jesús, es preciso ahondar sobre su persona, porque de cualquier modo su vida y muerte marcaron un antes y un después en la humanidad. Además, lo que él hizo y dijo a más nadie se le ha visto hacer… Entonces hay que reconocer que la cosa no es tan normal como para tomárselo con soda y esperar a que una pasión como La Pasión de Mel Gibson nos la recuerde, por ejemplo.
Sinceramente, tras muchas reflexiones y seguro que aún no las suficientes, pienso que una visión parcial de Jesús sólo nos daría respuestas incompletas y contradictorias a tantas preguntas que surgen al escuchar sus palabras y meditar su vida con verdadera atención. Entonces, no es suficiente verlo como hombre o como Dios, sino como lo que encierra, lo que es: una persona con dos naturalezas perfectamente integradas.
Creo que entenderlo de este modo o creerlo así, nos ayuda a nosotros mismos a comprender nuestra propia naturaleza, más y mejor: somos alma y cuerpo, vivimos en espíritu y carne. Sin embargo, entiendo lo difícil que es equilibrar ambas formas, sin dejar que una pese sobre la otra, pero teniendo presente que si el alma es el principio de vida que permanece después de la muerte, deberíamos vivir conforme a esta premisa, entrenando a nuestro cuerpo para tal suceso y dándole la importancia que se merece. Vivir es entonces un acto de justicia en el cual debemos dar al cuerpo lo que es del cuerpo y al alma lo que es del alma, en su justa medida.
Si nuestra naturaleza es una integración de cuerpo y alma, deberíamos preguntarnos cómo hacer del cuerpo medio y no un fin, o cómo hacer del alma lo mismo. ¿Fin para qué? Para la vida después de la muerte, pero esa vida también se vive en la tierra, empieza aquí y lógicamente debe influir en nuestra forma de vivir. Entonces no creo que sea propio de la persona vivir conforme a las necesidades del cuerpo, ni tampoco cubriendo sólo lo que el espíritu necesita. Descuidar una de las dos partes significaría descuidar el todo, desequilibrar el sistema, por decirlo de algún modo más propio de nuestro tiempo “tecnificado”.
Sin embargo, retomando el caso de Jesús, es lógico que cualquier religión fundada sobre la concepción de su persona reducida a una sola naturaleza, resulte parcial, incompleta y en consecuencia inapropiada para saciar las necesidades espirituales de todo hombre cuyo ser se constituye de una idéntica radicalidad corporal y espiritual. Entonces, ver a Jesús sólo como el hombre que vino a hablar de Dios o el Dios que vino al mundo sin ser como los hombres, puede desencadenar diversas formas de “vivir cara a Dios”, pero ninguna realmente pertinente a lo que esto supone si se juntan ambas consideraciones.
En este sentido, puedo pensar que “vivir cara a Dios” supondría entre otras cosas, vivir de acuerdo a nuestra propia naturaleza. De este modo pienso que algunas religiones separan a Dios de los hombres al presentar una visión parcial de la persona humana. Así encontramos diversas maneras de vivir cara a Dios, indiferentemente de si se entiende por Él una Santísima Trinidad, un hombre, el objeto de mensajes de tantos profetas,...
Si Jesús es sólo Dios que vino a la tierra en forma de hombre, pero que no sufrió, rió, lloró, comió, bebió, durmió… que no fue humano, entonces jamás podremos encontrarnos a nosotros mismos fijándonos en Él y difícilmente nos identificaremos con las demás personas o entenderemos que la igualdad y hermandad entre todos radica en que nadie es mejor, ni más, sino que simplemente “es” tal como yo “soy”, y nosotros “somos”; es decir que se entienden esencialmente por el “ser”. Entonces, la idea de Dios como ser supremo que no es capaz de identificarse con los hombres, puede radicalizar las conductas humanas frente a Él mismo y sí mismas; haciéndola violentas, incompasivas, intolerantes, injustas, inhumanas… generando meros fanáticos.
Por otra parte, si Jesucristo sólo es un hombre que vino a hablar de Dios, entonces Dios puede reducirse a un concepto utilizado para llenar nuestras necesidades espirituales (reducidas al ámbito de lo terrenal como cuestiones psicológicas) o un ídolo al que admiramos por su legendaria historia, por sus hazañas de vida. Así es posible entender algunas conductas humanas frente a Dios, que si bien nacen de la buena voluntad, no llegan al verdadero espíritu, pues giran en torno a un sentimentalismo con respecto a Él, a una sensación de bienestar más relacionada con la autoestima que con el encuentro de Dios en lo más profundo del ser.
De cualquier manera, por un lado o por el otro, difícilmente lograremos vivir de acuerdo a nuestra naturaleza, con la cabeza en el cielo y los pies en la tierra. Porque ni partiendo del hombre, ni partiendo de Dios, sin reconocer al hombre en Dios y a Dios en el hombre, vamos a encontrar nuestro propio sentido y el sentido de vivir cara a Dios, los cuales se complementan.
Finalmente, en otras palabras todo esto supone para mí lo siguiente: si no nos identificamos a nosotros mismos, no vamos a identificarnos verdaderamente con los demás, y mucho menos con Dios, pues Él está tanto “en la tierra como en cielo”. Y si no identificamos a Dios en Jesús, difícilmente vamos a identificarnos a nosotros mismos. Una cosa lleva a la otra y creo que sólo Dios puede ayudarnos a alcanzarlas.
Así termina este domingo por la mañana: con una noche de lluvia y pensamientos plasmados en este post, cansados de tanto andar en mi cabeza por varias horas seguidas; agradeciendo a Dios por este día.