Autorrealización
“…la educación cívica sólo se logra cuando los jóvenes se insertan en un ethos en un ambiente fértil, moralmente denso, humanamente acogedor, que abra caminos para la autorrealización y suscite el entusiasmo en ellos. Es la síntesis de bienes, virtudes y normas para configurar un estilo de vida, una cultura, un modo panorámico de percibir el entorno social y el mundo físico”. [Alejandro LLano: Adolescentes, del ideal social a la apatía cívica (I)]*.
Pero ¿qué pasa cuando ese modo panorámico de percibir la realidad no procede de un estilo de vida configurado –en principio- por virtudes? Pasa que la autorrealización deja de ser un concepto ligado al perfeccionamiento de la persona, de su propia naturaleza humana, para acercarse a las filas de lo banal y en el peor de los casos de la nada. Así vemos no sólo jóvenes sino también adultos que comparten “valores vacíos”, haciendo de la autorrealización algo igualmente hueco.
Muchas veces me he encontrado con jóvenes que no tienen un plan de vida, también con adultos que de jóvenes no lo tuvieron y siguen sin él. De cualquier manera, creo que se trata de personas desorientadas, sin norte, cuyo día a día a veces suele ser frenético o extremadamente pasivo. Van de un extremo a otro, sin saber hacia dónde caminan o de qué les sirve al final de la carrera haber corrido tanto o por otra parte, de qué les ha valido reposar en la nada. Desde ambos casos, percibo una forma de concebir la autorrealización y otra de ni siquiera considerarla.
En el primero, la idea de autorrealización se comprende como un aprovechamiento del tiempo casi obsesivo, de hacer más en menos, una especie de economía del tiempo que no pocas veces termina en rutinas sin sentido, agobios, cansancio físico y mental, depresiones. Es el extremo por exceso. Y no es que aprovechar el tiempo sea un problema, sino que no todo aquello que ocupa a la persona es realmente provechoso para su autorrealización. Además, este caso termina por engendrar ideas de superación personal relacionadas exclusivamente con poder, dinero, abundancia de lo material, entre otras que reducen el autorrealizarse al mero cumplimiento de metas como obtener un título, sacar una nota, conseguir tal puesto en la empresa, alcanzar tal “estatus” social, ser una o un “símbolo sexual” o en el peor de los casos, a la tenencia de algún bien como el carro último modelo, la ropa de marca e incluso el silicone adornando y/o acomodando alguna parte del cuerpo. Y el punto aquí no es que “algunas” de estas metas tengan algo de malo en sí mismas, sino que terminan haciéndose el fin.
En el segundo caso, la autorrealización más bien es una palabra empolvada, inexistente, que ni siquiera se cruza por la mente de algunas personas. Pasan los días sin hacer nada más que lo básico y aunque asisten a clases, van al trabajo y ciertas actividades ocupan su tiempo, en realidad no persiguen una meta particular, sólo llenan las horas. En parte, noto en ellos como una falta de ánimo por la vida, de ganas de vivirla. Es el otro extremo, el defecto.
Y entonces… ¿que nos coma el tigre? Por supuesto que no. Se trata de conseguir un balance en el que no sólo persigamos metas por perseguirlas, sino que estas realmente nos lleven a actuar de cara a auténticos valores (amor, bien, verdad, amistad, alegría, solidaridad, orden, estudio, trabajo,…) que sí perfeccionan nuestra naturaleza, haciéndola virtuosa. En el fondo, no digo nada nuevo, sólo lo recuerdo.
Pero ¿qué pasa cuando ese modo panorámico de percibir la realidad no procede de un estilo de vida configurado –en principio- por virtudes? Pasa que la autorrealización deja de ser un concepto ligado al perfeccionamiento de la persona, de su propia naturaleza humana, para acercarse a las filas de lo banal y en el peor de los casos de la nada. Así vemos no sólo jóvenes sino también adultos que comparten “valores vacíos”, haciendo de la autorrealización algo igualmente hueco.
Muchas veces me he encontrado con jóvenes que no tienen un plan de vida, también con adultos que de jóvenes no lo tuvieron y siguen sin él. De cualquier manera, creo que se trata de personas desorientadas, sin norte, cuyo día a día a veces suele ser frenético o extremadamente pasivo. Van de un extremo a otro, sin saber hacia dónde caminan o de qué les sirve al final de la carrera haber corrido tanto o por otra parte, de qué les ha valido reposar en la nada. Desde ambos casos, percibo una forma de concebir la autorrealización y otra de ni siquiera considerarla.
En el primero, la idea de autorrealización se comprende como un aprovechamiento del tiempo casi obsesivo, de hacer más en menos, una especie de economía del tiempo que no pocas veces termina en rutinas sin sentido, agobios, cansancio físico y mental, depresiones. Es el extremo por exceso. Y no es que aprovechar el tiempo sea un problema, sino que no todo aquello que ocupa a la persona es realmente provechoso para su autorrealización. Además, este caso termina por engendrar ideas de superación personal relacionadas exclusivamente con poder, dinero, abundancia de lo material, entre otras que reducen el autorrealizarse al mero cumplimiento de metas como obtener un título, sacar una nota, conseguir tal puesto en la empresa, alcanzar tal “estatus” social, ser una o un “símbolo sexual” o en el peor de los casos, a la tenencia de algún bien como el carro último modelo, la ropa de marca e incluso el silicone adornando y/o acomodando alguna parte del cuerpo. Y el punto aquí no es que “algunas” de estas metas tengan algo de malo en sí mismas, sino que terminan haciéndose el fin.
En el segundo caso, la autorrealización más bien es una palabra empolvada, inexistente, que ni siquiera se cruza por la mente de algunas personas. Pasan los días sin hacer nada más que lo básico y aunque asisten a clases, van al trabajo y ciertas actividades ocupan su tiempo, en realidad no persiguen una meta particular, sólo llenan las horas. En parte, noto en ellos como una falta de ánimo por la vida, de ganas de vivirla. Es el otro extremo, el defecto.
Y entonces… ¿que nos coma el tigre? Por supuesto que no. Se trata de conseguir un balance en el que no sólo persigamos metas por perseguirlas, sino que estas realmente nos lleven a actuar de cara a auténticos valores (amor, bien, verdad, amistad, alegría, solidaridad, orden, estudio, trabajo,…) que sí perfeccionan nuestra naturaleza, haciéndola virtuosa. En el fondo, no digo nada nuevo, sólo lo recuerdo.
*Para una segunda parte de este texto ir a: "Adolescentes, del ideal social a la apatía cívica (II)".