sábado, septiembre 1

La vida como un campo de concentración


Hace unas dos semanas comencé a leer el libro de Viktor Frankl, “El Hombre en Busca de Sentido”. En un momento en el que debo confesar que me he convertido en una gran escepticista, llegando a poner prácticamente todo en duda, tan sólo por no tener el suficiente coraje para cargar con los sacrificios que supone reconocer las irrefutables verdades que han formado mi conciencia, entre otras cosas; esta pieza del reconocido psiquiatra, no ha podido llegar a mí en mejor momento.

Así lo empiezo a creer
Frankl me habla de libertad interior, de naturaleza humana, de capacidad de superación y aceptación del sufrimiento con valentía y dignidad. Una vez más, ante mis incesantes cuestionamientos a la vida, han llegado las respuestas, y debo resaltar que con sorprendente prontitud. ¿Qué otra cosa puedo pensar, sino que hay alguien que alcanza mis más íntimos pensamientos e inquietudes y no duda en asistirme cuando más ayuda necesito?

A pesar del descaro en el que he caído en los últimos meses, con el que -a pesar de mis constantes esfuerzos- no he conseguido engañarme a mí misma, tengo que admitir que mi sed de respuesta está siendo frecuentemente saciada. Y puedo darme cuenta de que mientras más me empeño en ocultarlo o negarlo, con mayor evidencia se presenta ante mí.

Hubo un tiempo, un buen tiempo que mi alma extraña y no sabe cómo recuperar. Un tiempo en el que vivía interiormente y era absolutamente feliz, a pesar de los problemas y las contradicciones. Un tiempo en el que el mayor de mis sufrimientos no se compara con esta vacío que ahora siento. Algunas marcas no se pueden borrar.

Paradójicamente, ante los ojos del mundo, puedo ser considerada como una persona que lo tiene todo. Sin embargo, algo me tiene que faltar, porque esta inconformidad ante la vida, esta dejadez que a veces me invade y sobre todo este andar sin sentido, no me sienta bien.

Entonces, encontrando similitudes entre mi estado mental, emocional y espiritual; y el de aquellos hombres recluidos en los lager de los que me habla Víctor Frankl, veo cómo es posible convertirse en preso de la vida, como si se tratara de una “carrera por la supervivencia”, una que no encuentra el fin último de su camino, el sentido.

Se que la mano de Dios está metida en esto, pero sobre todo una vez más puedo ver ¡cuánta ignorancia hay en mí!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizás te extrañe que sea yo quién te aconseje esto (porque por X, Y, Z..alguna vez creí que tendría que pasar mucho tiempo antes de que tu credibilidad en mí se tornara confianza), pero si de algo sirve, más me importa tu alma. Aquí te lo dejo:

Sólo vuelve a comenzar. Los andares vienen del mismo comienzo y el sentido tiene Nombre. No sabes más de lo que necesitas saber; no te preocupes por lo que ignoras, sino por lo que ya te ha sido dado a conocer.

¿La verdad? tú las ha dicho: Dios está metido en todo esto. Si no sabes algo: pregúntale.

"Tú lo quisiste, fraile mostén; tú lo quisiste, tú te lo ten"
(Cam. 704).

alairelibrevzla@gmail.com dijo...

¡Gracias!